En la madrugada del 1ro. de Julio del 79’, explota una bomba en el Juzgado Federal de Santa Fe, cito en calle 9 de Julio 1695, a escasos 50 mts. de la Escuela de Policía de Santa Fe, cita en calle 9 de Julio 1756.
Tenía 19 años, cursaba 5to. año y vivía con mis padres. Al día siguiente, el 2 de Julio del 79’, en horas del mediodía, personal de la Policía Provincial, uniformados, sin orden de allanamiento ni de detención, me secuestran.
Llegamos a la parte trasera de la Guardia de Infantería Reforzada, secano al Tiro Federal, y lindero con el asiento del Comando Radioeléctrico, de la Unidad Regional 1 (U.R.I.). Entro a un lugar desconocido para mí.
El régimen de vida era simple y demoledor. Todo el tiempo encapuchados y en la misma posición (sentados, con las manos esposadas a la espalda, y apoyados sobre la pared); solo se escuchaban los pasos de los Guardias que levantaban y arrastraban gente a "las piezas del fondo", para "interrogarnos".éramos casi como una planta, quietos allí en el box asignado.estábamos encapuchados, atados, esposados, débiles y con poco sentido del equilibrio. La comida era ’sopa’ y no tomábamos agua . Unas pocas veces fuimos al baño, llevados por Guardias, cuando ellos lo decidieron.
Un día, me llevan a la guardia, y me sientan. Frente a mí, una voz conocida me dice: "... sacate la capucha, total a mí me conoces..." ; lo que en ese lugar, era similar a una sentencia de muerte.
Me descubro y lo veo a Juan Calixto PERIZZOTTI,
En la madrugada del 1ro. de Julio del 79’, explota una bomba en el Juzgado Federal de Santa Fe, cito en calle 9 de Julio 1695, a escasos 50 mts. de la Escuela de Policía de Santa Fe, cita en calle 9 de Julio 1756.
La Escuela tenía por aquellos años, apostados en la vereda, una custodia armada permanente. Había carteles indicadores que advertían: "prenda las luces interiores de su auto, caso contrario el guardia abrirá fuego". El cartel amarillo, estaba acompañado de una silueta negra con un soldado apuntando. Esta orden era para todos los autos particulares que circulaban por calle 9 de Julio (la calle de Juzgado). Recuerdo también que los guardias prendían un reflector dirigido a los autos "sospechosos" que pasaban cerca de allí. Según la militarizada y prejuiciosa visión de los guardias.
Tenía 19 años, cursaba 5to. año y vivía con mis padres. Al día siguiente, el 2 de Julio del 79’, en horas del mediodía, personal de la Policía Provincial, uniformados, sin orden de allanamiento ni de detención, me secuestran.
Me meten en un patrullero, y salimos a toda velocidad con destino incierto. Al cabo de varios minutos llegamos a la parte trasera de la Guardia de Infantería Reforzada, secano al Tiro Federal, y lindero con el asiento del Comando Radioeléctrico, de la Unidad Regional 1 (U.R.I.). Allí me bajan, me encapuchan y me llevan al primer piso.
Entro a un lugar desconocido para mí. Era una ’cuadra’ de 6m x 9m aproximadamente, que estaba frente a la ’cuadra’ donde estaban detenidos los varones. Me ingresan "encapuchada", me sientan, y me esposan las manos atrás. Noto que hay alrededor de 14 o 18 personas, todas sentadas, esposadas y encapuchadas, separadas por paneles unos de otros. Estaba prohibido hablar, y había un tenso silencio.
Mil imágenes circulan por mi mente. Frente a mí, veo por debajo de la capucha, a una mujer vestida de negro, delgada, aparentemente alta, de piel blanca.
El régimen de vida era simple y demoledor. Todo el tiempo encapuchados y en la misma posición (sentados, con las manos esposadas a la espalda, y apoyados sobre la pared); solo se escuchaban los pasos de los Guardias que levantaban y arrastraban gente a "las piezas del fondo", para "interrogarnos". Cuando se acercaban rogaba que no me tocara el "turno" a mi. Cuando seguía, me relajaba y me alegraba, pero inmediatamente escuchaba que se llevaban a otro a la rastra, raspando las puntas de los zapatos contra el piso. Ese sonido era desesperante, casi insoportable. Una rutina abrumadora y sin descanso, con una clara significación "torturarnos". Estaba en estado de vigilia , atentas y expectante de todos y cada uno de los ruidos.
El silencio era espeso, profundo, y eso mismo me permitía que escuchara hasta lo lejano. Cada segundo era interminable, y quizás por eso mismo imborrable. La puerta se abría y cerraba lenta y chirriante.
El portero eléctrico de la Guardia dando "ordenes" y recibiendo un monótono: "SI, afirmativo", pero de voces diferentes pero familiares. Voces conocidas, inolvidables.
Nos daban de comer en la boca, éramos casi como una planta, quietos allí en el box asignado. De vez en cuando nos daban algo de líquido para seguir vivos. Eramos algo que tiene vida pero que mas bien se parece a una cosa. Hay que recordar que estábamos encapuchados, atados, esposados, débiles y con poco sentido del equilibrio.
La comida era ’sopa’ y no tomábamos agua . Unas pocas veces fuimos al baño, llevados por Guardias, cuando ellos lo decidieron. En los baños, también había gente "detenida desaparecida", (alrededor de 10 o mas) . Me hacían esperar en la entrada, y escuchaba que los cambiaban de lugar. José Luis Toledo estuvo vendado, esposado e inmovilizado en esos baños.
Pasado un tiempo, me levantan y me llevan a la rastra por el pasillo hasta la pieza donde estuve detenida en el 76’ y 77’, me sientan en la mesa donde comí durante años. Esta claro que reconocí el lugar al instante. Comienzan una tortura psicológica. Tenía un doble fin : buscar información, y exivirme su "auto - atentado" (transgresión, impunidad y poder).
Por un lado me preguntaban entre insultos y amenazas, por mis visitas solidarias a los padres de mis compañeras aún detenidas. Vale recordar que en aquellos años los ’familiares’ eran sospechados, marginados y perseguidos por el régimen. También vale remarcar que a estos criminales "la solidaridad" les es algo totalmente ajeno y por ende "sospechoso", y digno de ser "castigado".
Por otro, contradictoria y esquizofrénicamente me acusaban de haber puesto la bomba en el Juzgado Federal, para inmediatamente después contarme con lujo de detalles como la habían puesto ellos. Decían que habían ido de noche, en un auto azul, y dejaron ’el caño’ (la bomba). Estaba claro que fue un ’auto - atentado’, y que los secuestrados de ese día, (Viviana Cazoll; José Luis Toledo; Raúl Viso; y Yo, entre otros treinta) éramos solo un ’chivo expiatorio’. Era tan patético todo, que no tenía palabras para responder semejante delirio, y quedé entre el asombro y el silencio.
Estos "interrogatorios" (tortura sicológica), duraban horas y se repitieron cinco veces.No descarto que el Secretario del Juzgado, Dr. Víctor Hermes BRUSA, estuviera allí presente, como tantas otras veces.
En el último ’interrogatorio’ me sentía profundamente agobiada, (falta de sueño, de comida, de descanso, de paz mental) y sin pensarlo les dije: ’. ..basta,...basta de todo esto, si quieren mátenme, pero basta de todo esto...’. Estaba harta. Cansada que me acusen de haber hecho lo que ellos confesaban que hicieron, y que se violentaran por mi solidaridad con compañeras y familiares victimisados. No me ’interrogaron’ más. Después me di cuenta que podrían haberme matado "desaparecido", a mis 19 años.
Un día, me llevan a la guardia, y me sientan. Frente a mí, una voz conocida me dice: "... sacate la capucha, total a mí me conoces..." ; lo que en ese lugar, era similar a una sentencia de muerte.
Me descubro y lo veo a Juan Calixto PERIZZOTTI, tomo una sopa con dificultad, ya que estaba muy mareada, y había perdido noción de tiempo y espacio. Termino de comer y me vuelven a poner la ’capucha’ y me llevan a la cuadra con las condiciones de vida descriptas.
Lo paradójico fue que cuando me volvieron a poner "la capucha" me sentí mas cerca de mi vida. Será que en esos Campos ,"la capucha" se la ponen, a los que en sociedad damos la cara. Será que a pesar de estar reducida a una vida casi vegetal, me tenían un infinito temor. Pánico por mis convicciones, por mi resistencia, porque sabían que no me iba a olvidar, que iba a denunciar y a pedir justicia. Porque no me detuvieron por atropellar y abandonar cobardemente a un herido de un accidente, sino por mis luchas.
Al tiempo, me levantan, me llevan a la guardia, me sacan las esposas y la ’capucha’, me bajan al escritorio del Jefe. Bajé lentamente las escaleras, sabía que era a "suerte ó verdad".
Él mismo Juan Calixto PERIZZOTTI, se presenta y me dice : " te vas en libertad..." Ingresan mis padres y nos retiramos unidos en un abrazo.
Llevaban varios días buscándome, y el propio Comisario Principal Juan Calixto PERIZZOTTI les había negado que Yo estaba detenida allí. Salí creyendo que era la última vez, pero me equivocaba.
Creo que solo cuatro personas, de los treinta, salimos vivos de allí.